Desperté (No cuelgues 2)

Desperté. Aun así me costó más de lo habitual abrir los ojos; los párpados me pesaban como plomo al igual que el resto de partes del cuerpo. Era de día y la luz entraba con fuerza a través de las grandes ventanas de una habitación inmensa de paredes blancas. Me molestaba tanta claridad, parecía como si hubiera estado durmiendo durante días o me hubieran pegado una paliza. Miré a mi alrededor intentando recordar cómo había llegado hasta allí. Intenté levantarme, sin embargo, no tenía fuerzas para mantenerme en pie y me caí hacia atrás sobre el sillón. La estancia estaba repleta de camas entre las que caminaban enfermeros y médicos. Una de las enfermeras, al ver que me había despertado, se acercó a mí.

—¿Cómo te encuentras?— preguntó con suavidad.

—Bien, creo— respondí insegura.

—Es normal, llevas dos días muy malos. Ahora se acercará el médico para hablar contigo.

—¿Dónde estoy?

—¿No te acuerdas? Estás en el Hospital San Ignacio, te trajeron aquí ayer y estabas consciente pero, por lo que se ve, no del todo.

Asentí en un intento de hacerle ver que había comprendido, aún así, no pareció muy conforme. Se alejó y vi cómo se aproximaba a uno de los médicos para decirle algo mientras ambos me miraban.

No pasó mucho tiempo hasta que el médico, habiendo cogido un taburete, se sentó a mi lado.

—Hola Sofía, soy el doctor Plaza. Te voy a hacer unas preguntas antes de darte el alta y que te puedas marchar a casa. ¿Cómo te encuentras?

—Creo que bien, pero estoy algo mareada.

—Es normal, has tomado muchas pastillas.

—¿Pastillas?

—No lo recuerdas?

Empecé a repasar mis recuerdos. Discusiones, gritos y peleas, una caja de pastillas y marihuana. Miedo y una llamada a Jorge.

De pronto sentí unas ganas tremendas de llorar.

—Sí, ya me acuerdo— contesté.

—Bien. ¿Era la primera vez que lo intentabas?

—No, no era la primera vez.

El doctor continuó haciéndome preguntas y yo cada vez me sentía más incómoda. Quería ponerme mi ropa y salir de allí cuanto antes. Pero tampoco sabía qué ni quién me esperaba fuera.

—Ya hemos terminado. En seguida te traerán tus cosas y podrás irte. Tranquila y descansa.

—Sí, eso haré. Gracias.

El tiempo de Oreo

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Lo malo de los animales es que viven menos que nosotros. Lo peor es que ellos no son conscientes.

El amigo del revés

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Juan tenía un amigo desde la infancia. Se llamaba Otto. Todos los días, cuando estaban en edad de ir a Primaria, caminaban juntos hacia la escuela. A Juan, Otto le parecía un chico divertido, aunque un tanto extraño.

La visita

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Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

Ganarse el salario

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El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

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