El despertador sonó. Todavía era de noche fuera de la habitación y Blanca se dio la vuelta en la cama deseando poder disfrutar de ella un rato más. Fuera de las sábanas hacía un frío gélido y le encantaba remolonear. Como venido de la realidad, de pronto, le atacó un fuerte dolor de cabeza y, también como aterrizando en la realidad, se acordó de que se había dormido llorando. Odiaba ese tipo de dolor, tan intenso que parecía que le iba a partir la cabeza en dos y tan agotador que apenas podía abrir sus ojos hinchados. Aún así, ya casi estaba acostumbrada.
Se levantó de la cama y rebuscó entre los fondos de sus bolsos un analgésico escondido. Le costó algún trabajo, pero, por fin, se pinchó con la esquina de un blíster recortado entre los miles de trastos que había en el saco. Con las manos temblorosas y entumecidas sacó la pastilla y se la tragó con ímpetu.
—Tienes que tomarte las pastillas con el estómago lleno— le habría dicho su madre si la viera.
Sin embargo, en ese momento le daba igual. Todo daba igual.
Miró el reloj y se dio cuenta de que llegaba tarde al examen. Corrió hacia el baño y encendió el calentador, era invierno y hacía frío. La ropa del día anterior seguía tirada en el bidé y no tenía ganas de elegir nada nuevo, así que comenzó a desnudarse frente al espejo. Se cepilló el pelo y se lo recogió en una coleta para lavarse la cara.
Entonces lo vio: tenía la sombra morada de una mano rodeándole el cuello por delante. El pulgar en un lado y los cuatro dedos en el otro. Se acercó a su reflejo y, mientras acariciaba los cardenales, emitió un siseo de dolor. Se lavó la cara y se refrescó los moratones con agua fría, a la vez que pensaba que quizá lo mejor sería ponerse una camiseta de cuello vuelto; no tenía tanta destreza con el maquillaje como para tapar esas marcas.
Ya había amanecido del todo cuando Blanca llegó a la facultad. Sus compañeros esperaban nerviosos, con los apuntes en la mano, a que empezara el último examen de la carrera. Se acercó al grupo y fingió repasar con atención el temario.
—¿Nerviosa?— dijo una voz a su lado.
Era Carolina, una las chicas de su grupo de amigas.
—Más bien cansada. Pase lo que pase quiero que esto termine ya y poder descansar un poco.
—Pues sí— admitió la chica mientras sacaba un paquete de tabaco del bolsillo—¿Quieres un cigarro?
Blanca asintió y, cuando levantó la cabeza, Carolina se echó a reír.
—¡Pero si tienes cara de haber dormido una eternidad! ¿Qué pasa que has pasado de estudiar esta noche o qué?
—¿Qué?— preguntó extrañada. Entonces, le vino a la mente la imagen de sus ojos hinchados en el espejo—. Ah, sí. La verdad es que ayer me acosté temprano y he dormido bastante.
—Entonces seguro que lo llevas muy bien, tonta. Pues tía, disfruta del último examen que, si todo sale bien, no nos vamos a volver a ver las caras por aquí— Carolina soltó una carcajada y Blanca sonrió.
Sin embargo, no terminaba de lograr que se le contagiara el buen humor de su amiga.
Que me ha dejado interesado, muchas preguntas sin responder y, por si no lo habéis notado, las preguntas me encantan.
Gracias por comentar, será una historia corta, a lo sumo un par de textos más. No quería dejarla demasiado larga en uno solo. ¡Un saludo!
Mis favoritas de hecho 🙂
Reblogueó esto en rererebloguery comentado:
Otra historia que seguir. Me acompañan?
Hacía días que no tenía el placer de leerte, y me alegra que hayas publicado 😉
El texto empieza muy bien, describiendo con crudeza lo que hay y poniéndonos en situación. ¡Espero el siguiente fragmento!
Muchas gracias por comentar, Lord. Será algo cortito, lo tenía pensado para un solo texto pero se me quedaba demasiado largo. La verdad es que he estado dos semanas liadísima y no he podido publicar pero ya había ganas de volver. ¡Un beso fuerte!