Hijos del odio

Pablito tiene diez años. Vive con su mamá, a veces. Sin embargo, días como hoy, le toca irse a otra casa, la de su papá. Sabe que ese hombre que le recoge cada dos semanas es su papá, porque le han enseñado llamarle así, pero le parece extraño. Los papás de sus amigos viven con ellos, desayunan con ellos, los llevan al cole. Su papá, en cambio, sólo va a verle de vez en cuando para pasar algunos días con él.

Mamá, cuando es uno de esos viernes en los que tiene que irse, le da a Pablito muchos besos y, antes de salir de casa, se agacha para ponerse a su altura, le coge de los brazos y le dice:

—Pásatelo muy bien y sé bueno. Cuando vuelvas me tienes que contar todas las cosas chulas que has hecho, ¿vale?

Entonces le da un abrazo fuerte y Pablito contesta:

—Pero mamá, yo no quiero ir. Quiero quedarme aquí contigo y estar mañana en el cumple de mi amigo Luis.

—Ya, ya lo sé, hijo. Pero no puede ser. Anda, vamos a bajar que tu padre estará ya en la calle.

Cuando le toca irse con papá, mamá le acompaña hasta la portería del edificio, donde papá está esperando con una sonrisa y los brazos abiertos, esperando a que corra hacia él. Sin embargo, Pablito no quiere hacerlo porque no quiere irse con él. Mira a mamá y aprieta más fuerte su mano para que no lo suelte. Pero mamá se aparta y le empuja hacia delante. A Pablito le da mucho vértigo.

Hay veces que Pablito llora y patalea, agarrado a las piernas de su madre, suplicando que le dejen quedarse con ella. Hay veces que corre para que no lo atrapen. Hay otras veces que se queda parado mirando al suelo, en un intento de hacerse invisible y así, a lo mejor, se olvidan de él un ratito. También, hay días en los que papá llega tarde y él puede fantasear con la idea de que no va a aparecer. No obstante, hoy, Pablito se siente más fuerte y decide caminar al frente, pero a cada paso que da, más lejos se siente de su casa y de su familia.

Pablito conoce el concepto de papá y de familia. En el cole hablan mucho de esas dos palabras. También sabe que Mamá + papá = familia. Entonces, Pablito se pregunta si lo que le pasa a él es que no tiene familia. Pero Pablito quiere mucho a mamá, a los abuelos y a los tíos; y se esfuerza también en querer a papá, como hacen sus amigos, pero su papá es extraño para él.

Sabe que en casa de papá no les gusta que hable de mamá. En casa de mamá pasa lo mismo. Nunca lo dicen, de hecho, intentan que cuente cosas y fingen que están interesados, pero Pablito se da cuenta de que no es verdad, de que les molesta. No está seguro de por qué, pero lo nota. Hace mucho tiempo que aprendió a evitar hablar más de lo necesario. No le gusta sentirse así. Se siente solo. Siente que su casa nunca es suya de verdad, que su vida está bien a ratos, y que hay una parte que no aceptan los mayores. Aun así, él aprende rápido, se lo dice mucho su profe Tere, y se está aplicando mucho para conocer cómo tiene que hacer las cosas para no enfadar o decepcionar a nadie. No obstante, a veces, Pablito se siente muy triste y llora, no lo puede evitar, aunque sabe que así pone triste también a mamá, y no le gusta. También papá parece triste, y a Pablito le da pena, pero papá significa para él tener que irse, tener que cambiar de cuarto, de casa, de amigos, de vida y de forma de ser.

A veces Pablito siente que todo sería mucho más fácil si la gente que hay a su alrededor se quisieran.

El tiempo de Oreo

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Lo malo de los animales es que viven menos que nosotros. Lo peor es que ellos no son conscientes.

El amigo del revés

El amigo del revés

Juan tenía un amigo desde la infancia. Se llamaba Otto. Todos los días, cuando estaban en edad de ir a Primaria, caminaban juntos hacia la escuela. A Juan, Otto le parecía un chico divertido, aunque un tanto extraño.

La visita

La visita

Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

Ganarse el salario

Ganarse el salario

El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

5 Comentarios

  1. Elficarosa

    ¡Qué duras son las separaciones para todos, pero sobre todo los hijos! Un abrazo

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  2. Laura Antolín

    Bueno, Pablito crecerá y entonces es posible que sí le guste irse a casa papá, porque un chico adolescente necesita un modelo masculino, a un padre. Visto así, la situación tiene remedio; quizás ahora Pablito solo esté algo “enmadrado”, pero se le pasará…

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    • Buscando a Casiopea

      Pablito no está enmadrado, Pablito vive una vida que no es aceptada por los suyos y es obligado a vivir cosas que no tiene que vivir con su edad. Pablito, cuando crezca, tendrá traumas y carencias afectivas. Los niños son frágiles y todo les afecta. No olvidan.

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  3. Lord Alce

    Muchos son los casos que conozco de hijos que, sin tener la culpa del desamor de sus padres, sufren directa o indirectamente el odio que estos se dedican. Una separación no suele acabar de forma pacífica, por desgracia, y los rencores y odios toman el timón haciendo que los paganos, en realidad, sean los críos.
    Una pena. Y un buen relato, por cierto 😉

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