Ojalá, como siempre

Entrada publicada originalmente para la web Letras y Poesía

La noche los había empujado a volver a casa y caminaban bajo la luz de la luna por un paseo alto desde el que se veía toda la ciudad. Los coches, allí abajo, ronroneaban con suavidad y el viento erizaba los árboles que les rodeaban. Eran dos, un chico y una chica. Paseaban de la mano en silencio mientras recuperaban el aliento después de haber subido una cuesta demasiado larga. Nada parecía estar fuera de su lugar, aun así, él seguía pensando en unos ojos grandes y una boca pequeña que no eran de la persona que caminaba a su lado.

—Me contó Luis ayer que había visto en internet una tienda donde venden muebles bastante baratos. Si quieres, mañana cuando salgas de trabajar, podemos acercarnos y le echamos un vistazo. A lo mejor encontramos un sofá en condiciones —dijo ella.

—Sí, estaría bien.

Sin embargo, nada de aquello le hacía especial ilusión. Resultaba cómico haber conseguido todo lo que ansiaba en la vida y que nada de aquello le llenase ni un poquito. Por fin había salido del pueblo, por fin había encontrado una casa en la que vivir lejos de aquella sociedad que le ahogaba, por fin estaba trabajando en lo que siempre había soñado. Pero no era feliz. Y ella parecía no darse cuenta. Así que, mientras todo siguiera siendo de esa manera, tampoco había demasiado por lo que preocuparse.

—Si quieres te enseño unas fotos que me envió Luis para que vieras algunas cosas —dijo ella sacando el móvil del bolsillo.

—Claro, enséñamelas.

Se detuvieron un momento mientras la chica buscaba las fotos y se las mostraba a él, que parecía un tanto distraído.

—¿Ves éste? He pensado que puede combinar bien con los muebles del salón y con la pared. Además parece cómodo.

—Sí, es verdad, me gusta.

—También está este otro en un color más oscuro…

—¿Fran? ¿Eres tú?

Fran levantó la mirada y vio a una chica delante de ellos. Le costó reconocerla, pero cuando lo hizo sonrió.

—¡Almudena! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué tal?

—¡Qué alegría me da verte! Pues bien, tranquila. Me voy a la capital a vivir en un mes y estoy muy contenta.

—¡No me digas! ¿Vas a trabajar?

—Voy a hacer un curso. Mi idea es buscar trabajo allí, coger experiencia y volver cuando pueda. Ya sabes que a mí esta ciudad me gusta demasiado —rió.

Fran la observaba con añoranza. Le recordaba tanto a lo que tanto había amado que, por un momento, pensó que se encontraban tres años atrás y todo era distinto. Un pellizco le cogió en el estómago pero pronto se contagió de la alegría de ella. Se le veía feliz, como si le hubieran quitado diez años de encima. Hablaba sin parar de los planes que tenía para cuando llegara a la gran ciudad, de lo ilusionada que estaba con empezar en otro lugar, otra historia. Su sonrisa se hacía cada vez más grande, aunque sus ojos todavía estaban algo tristes. Nunca sabría con exactitud qué había ocurrido entre Miguel y ella, pero era obvio que lo había pasado muy mal.

La observó hablar, contestó a las preguntas que le formuló y le enseñó todos sus tatuajes nuevos. No era tanto como estar en casa de nuevo, pero sí en el porche. Casi pudo escuchar la risa de Carmen por detrás de la voz de Almudena. Ay, Carmen, cuánto la echaba de menos.

—Me alegro mucho, mucho de verte, Fran —afirmó la chica, esta vez más seria.

—Y yo a ti. A ver si en otro momento podemos hablar más y me cuentas.

—Claro, sabes dónde encontrarme si quieres algo.

Se abrazaron y se despidieron. Cada uno montó en su coche y, cuando se fueron, la calle quedó totalmente vacía. Nada parecía haber sido testigo de lo que dos personas acababan de sentir allí mismo hacía unos segundos.

—¿Quién era?

Fran reaccionó de pronto.

—¿Qué? Perdona, ¿qué me has dicho?

—Que quién era.

—Es la exnovia de Miguel.

—Nunca me habías hablado de ella.

—No, es cierto, no te había hablado de ella.

En realidad, tampoco pensaba contarle nada más de aquella época. Eso era para él su parcela, su casa, y no quería compartirlo con nadie y menos con ella. Quizá algún día pudieran volver todos a estar juntos. Como siempre. Ojalá que así fuera.

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Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

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El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

5 Comentarios

  1. punkelisabeth

    Bonita publicacion, la imagen de Banksy lo ilustra de maravilla.

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  2. Lord Alce

    Un regusto muy amargo me ha dejado, de pasados perdidos, de nostalgia, de recuerdos de tiempos mejores. Con unos pocos párrafos entre los diálogos has sabido trasmitir correctamente esas sensaciones, ¡bravo!

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  3. martiansheep

    Muy bueno. Yo tengo este cachito de Bansky en la piel en forma de tatuaje. Un saludo 🙂

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