‘Yo no soy de esas’

Lo recuerdo como si fuera ayer. El frío de una madrugada de febrero en la costa me mordía por debajo del abrigo. Sólo se me veían los ojos por encima de la bufanda, bajo la capucha. Era jueves y volvía al coche por una calle céntrica después de haber estado tomándome algo con un amigo. Quedaban pocas personas paseando y las que había cantaban o gritaban animadas por el alcohol, aunque la música que salía de mis cascos me impedía oírlas con claridad.

Caminaba por la misma calle de siempre, en mi ciudad, la que conocía hasta el último callejón, hasta el último secreto, mirando el suelo húmedo por las lluvias de aquella tarde.

De pronto, unos pies aparecieron delante de los míos desde la esquina de un edificio, impidiéndome el paso. Tuve que alzar la vista mucho, muchísimo, porque aquel hombre me sacaba al menos cinco cabezas, o eso me pareció a mí en ese momento.

Quizá esperaba encontrarme con alguien conocido, pero no. No había visto a esa persona en toda mi vida. Me moví hacia izquierda y derecha, como cuando jugaba al baloncesto de pequeña, intentando esquivarle para seguir mi camino. Al fin y al cabo, no era nada nuevo que algún capullo intentara decirme algo por la calle a esas horas de la noche y, más aún, yendo sola.

No tenía intención de quitarme los auriculares y darle importancia al tema, hasta que me puso la mano en el hombro para detenerme.

—Qué coño quieres —le dije al parar la música.

—Te estaba preguntando que a dónde vas, guapa.

—¿Y a ti qué más te da? Déjame en paz y piérdete.

—Te estoy preguntando que a dónde vas —repitió— porque quiero ir contigo.

—En eso estaba yo pensando —susurré mientras, por fin, conseguía esquivarle aprovechando que se había distraído.

—¡Eh, tú, rubia! No te vayas, mujer, que lo podemos pasar muy bien, no seas tonta.

Apreté el paso y me guardé los auriculares en el bolsillo. Cada dos segundos miraba hacia atrás y ahí estaba él, dos o tres metros detrás de mí, constante y paciente, muy serio.

No sabía qué hacer. El camino al coche era solitario y oscuro, estaba claro que no podía ir hacia allí hasta perderlo de vista. Aun así, la calle en la que estaba era luminosa y no había parecido peligrosa hasta entonces. Tampoco podía empezar a correr por si a él le daba por seguirme. Estaba segura de que me alcanzaría sin ningún esfuerzo. Sólo podía intentar buscar una calle más concurrida, en la que él no se atreviera a atacarme. Mierda, ojalá llevara un cigarro encendido o algo con lo que defenderme.

Es que, joder, había hecho ese trayecto mil veces en mi vida y nunca había tenido un susto o, al menos, no así. Recordé las mil veces que mis adultos me habían dicho que tuviera cuidado, que no fuera sola, y yo había pensado que estaba a salvo porque sabría defenderme y porque yo no era una de esas chicas que aparecen muertas o violadas en el periódico.

Tenía ganas de vomitar. Notaba cómo el tiempo se dilataba mientras yo seguía sin encontrar una solución realista. Me resistía a pensar que no fuera a estar metida en mi cama en la próxima media hora, con mi gata ronroneando a mis pies, después de tomarme un Cola-Cao caliente.

Unos pasos que, cada vez más ágiles, se acercaban a mi espalda me paralizaron.

—Eh, Rocío, ¿te pasa algo?

Miré a mi izquierda y allí estaba la cara conocida que iba a salvarme la noche.

—Joder, Agus, qué susto me has dado.

—Pero, ¿qué te pasa? Te he visto a lo lejos y parecías muy nerviosa.

—Ese tío de ahí detrás —le dije con un gesto de la cabeza—, me ha parado antes y me ha dicho que quería venirse conmigo. Lleva cinco minutos siguiéndome.

Agus miró hacia donde yo le había señalado.

—Ya se va. Tía, tranquilízate que te va a dar algo. Venga, te acompaño al coche que hay mucho cabrón suelto por ahí.

El tiempo de Oreo

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Lo malo de los animales es que viven menos que nosotros. Lo peor es que ellos no son conscientes.

El amigo del revés

El amigo del revés

Juan tenía un amigo desde la infancia. Se llamaba Otto. Todos los días, cuando estaban en edad de ir a Primaria, caminaban juntos hacia la escuela. A Juan, Otto le parecía un chico divertido, aunque un tanto extraño.

La visita

La visita

Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

Ganarse el salario

Ganarse el salario

El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

3 Comentarios

  1. SrShan

    Super bien redactado, hasta me has hecho pasarlo mal esperando que la historia acabase bien. ¡Muy buen post!

    Saludos

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  2. Cristian

    muy buena. gracias por expresar algo comun a muchas mujeres, me ayudo a pensar en lo feo que hacen sentir alguno hombres a las mujeres con esa mentalidad de macho idiota.

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  1. Gracias por este 2017 – Buscando a Casiopea - […] –“Yo no soy de esas” […]

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