Te odio

Te odio.

Te odio fue un te quiero escondido. Cuando otra persona ocupaba el espacio que yo creía inalcanzable; cuando sólo me creía un juego con el que te distraías de una vida insulsa y aburrida.

Te odio significó quiero pasar el resto de mi vida contigo, quiero formar parte de tu vida, quiero salir de las sombras y que te sientas orgulloso de mí.

Te odio fue mi forma de negar lo que sentía por ti. Te odio era una mentira inmensa que duró años; una historia que todavía retumba en las paredes con un eco frío y torturador. Un aliento apagado que pide auxilio y al que nunca nadie escuchó. Un grito. Una voz desgastada. Un adiós calculado.

Te odio. Una epifanía. Una predicción.

De lo que sentimos el uno por el otro en un final que huele a eternidad, a recuerdos polvorientos, a ausencia de perdón, a nostalgia y a dolor.

Te odio. Mucho. Porque no estás hoy aquí.

Pasan los días y no me has rescatado. Por eso te odio.

Te odio, te odio.

Y tiene gracia cómo los sentidos pueden cambiar tanto.

Mientras, me deshago en tu amnesia, Me pierdo en tu desdén. Me ahogo en un futuro en el que no me has guardado hueco.

Quizá sólo me queda consumirme en la añoranza de un ayer que no vuelve. Que no fue dulce, pero se me antoja grato y suave en la memoria. En el que solo hubo daños. Quizá esta noche me traicionen los recuerdos. Quizá esta noche, cuando cierre los ojos, vuelvas a estar conmigo. Quizá no quiera despertar nunca más.

Porque si despierto seguiré odiándote. Y yo, en realidad, solo anhelo quererte.

El tiempo de Oreo

El tiempo de Oreo

Lo malo de los animales es que viven menos que nosotros. Lo peor es que ellos no son conscientes.

El amigo del revés

El amigo del revés

Juan tenía un amigo desde la infancia. Se llamaba Otto. Todos los días, cuando estaban en edad de ir a Primaria, caminaban juntos hacia la escuela. A Juan, Otto le parecía un chico divertido, aunque un tanto extraño.

La visita

La visita

Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

Ganarse el salario

Ganarse el salario

El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

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