Autoboicot

27 de abril 2017

A veces, pareciera que mi vida comenzó en 2012, hace apenas cinco años. Bueno, si lo pienso, un lustro no es poco. Tampoco mucho. Sin embargo, con cinco años un niño ya sabe hablar, correr, leer y, los más adelantados, hasta escribir. Aprenden a comunicarse en esos primeros momentos de sus vidas. Yo estoy cada vez más convencida de que todo ese tiempo solo me ha servido para desaprender e ir destruyéndome, poco a poco, sin darme cuenta, de una manera silenciosa y muy eficaz.

Te preguntarás a qué viene todo esto y, la realidad, es que ni siquiera yo puedo responderte a esa cuestión. Lo único que sé es que siento la necesidad de contarte ciertas cosas de mi vida antes de que decidas cuánto de tu tiempo quieres compartir conmigo. Quizá, esto cambie mucho las cosas o, quizá, no. Solo sé que siendo sincera es la única manera de que tengas la oportunidad de tomar una determinación real. Porque no soy como me has conocido. Es decir, no te he mentido nunca, pero tampoco te he dicho la verdad.

Fue el pasado viernes 21 de abril cuando nos vimos por primera vez. Llevábamos hablando varias semanas por Whatsapp, desde que nos conocimos en Tinder. Qué originalidad, ¿verdad? Que se note la ironía.

¿Qué sabía de ti? Que eras actor, habías estudiado algún año, al menos, de Psicología y  trabajabas de camarero. Te gustaba la música, el cine, el arte e imitar los acentos de la gente. Eras de Toledo, pero no hacías mazapanes ni espadas, ni espadas para cortar mazapán, ni mazapán para afilar espadas, eso lo dejaste claro.

Bueno, pues allí estaba yo, saliendo por la boca de metro de Lavapiés, pensando qué coño hacía, preguntándome por qué no me quedaba en casa y dejaba de hacer el ridículo quedando con tíos, con el único propósito de encontrar en ellos una cura para la desazón que me comía el alma desde hacía más de un año. Justo esa tarde,  mientras me tomaba una cerveza con una amiga, le había repetido algo que habíamos hablado hasta la saciedad:

—Soy una viuda y no voy a poder superarlo— le dije.

—No seas tonta —bufó Julia—. Encontrarás a alguien que te quiera por encima de todo eso. Las rupturas se superan y, si es como tú dices, las muertes también.

—Pero no es una muerte real; es sólo la sensación de que nunca más voy a poder tener relación con alguien a quien he querido y, para mi desgracia, todavía quiero. Me encantaría poder rehacer mi vida después de una conversación con él, preguntarle el porqué de muchas cosas y seguir hacia adelante, pero es como si hubiera un corte en el espacio, como si ya no viviésemos en el mismo mundo.

—¿No crees que puedes llamarle y decírselo? Quizá puedas hacerlo, no lo sabes si no lo intentas —propuso ella.

—Sí lo sé. Soy su peor pesadilla y lo más gracioso de todo es que él debería ser la mía también. Él nunca va a querer mantener una conversación conmigo después de lo que le hice. Es una persona que vive de su reputación, trabaja con niños, es el chico en al que todo el mundo confiaría su vida. Ni muerto querría volver a tener contacto con alguien que puede destruir todo eso. Sin embargo, esta maldita dependencia de la que no consigo salir me está destrozando la vida.

Y con esa sensación de estar perdiendo el tiempo, como tantas otras veces, salí del metro y te encontré apoyado en la farola de enfrente, tal y como me habías dicho por Whatsapp. Fue un detalle por tu parte considerar la posibilidad de que no nos reconociéramos en persona. En cuanto me viste, me dedicaste una sonrisa preciosa (me acuerdo de que pensé en ello) y me dijiste que tenías muchísima hambre porque no habías comido, así que fuimos a buscar un restaurante. Cuando nos sentamos me hablaste de tu compañía de teatro, de las improvisaciones, de literatura y de poesía. Yo, mientras, te robaba patatas de tu hamburguesa y te escuchaba con cierta desidia. No es que me estuvieras aburriendo tú, más bien me aburría la idea de conocer a otra persona a la que probablemente no volviera a ver en mi vida.

En mi opinión, cuando conoces a mucha gente al azar, como pasa con las aplicaciones de citas, acabas por tomar decisiones un tanto aleatorias. Eso te lleva, en ocasiones, a conocer más gente de la que realmente te apetece. Quizá, eso mismo me estaba pasando contigo. No notaba una conexión que me estuviera dejando embelesada, ese “flechazo” del que se habla, no veía más que un adiós tempranero y definitivo. Nada que no fuera familiar.

Cuando salimos del restaurante, me llevaste a un sitio de cerveza artesanal en el que trabajaba un amigo tuyo. No sé si me gustó ir a un sitio tan conocido para ti, donde podríamos encontrarnos con tu gente. Qué pensamiento más absurdo, pensarás. No tiene que ver con vergüenza o introversión. Creo que, lo que ocurría, es que no estoy acostumbrada a tanta normalidad.

Tomamos cerveza y te reíste de mí porque no me arriesgo más allá de una rubia y suave. Fíjate, la que va de revolucionaria y atrevida no es capaz de probar lo que piensa que no le va a gustar. A lo largo de la noche, también me demostraste que no presto atención a lo que le pasa al resto del mundo. Me dijiste más veces de las aceptables que ya me habías contado cosas por las que te pregunté en ese momento. Y, la verdad, cada vez me da más igual parecer una maleducada, una pasota, una imbécil. Un par de veces te acercaste a mí de una manera un tanto extraña. Tal vez eso me agobió y decidí irme en el último metro. No estaba cómoda, no me apetecía besarte, ¿o sí? A lo mejor fue eso lo que me echó de allí. No sé. Últimamente parece que me ha poseído el espíritu de Jon Snow y no sé nada.

El caso es que me fui y, despidiéndonos, te vi las intenciones de nuevo. Te di dos besos rápidos y hasta luego. Me cago en la leche que me han dado.

El día siguiente me lo pasé maldiciendo mi existencia mientras veía 10 horas seguidas de una serie. Tenía el mal humor tan subido que estuve a punto de decir que no salía, cosa que no resultaría extraña si no fuera porque nunca rechazo una noche de fiesta. Finalmente, no pude traicionarme a mí misma y me decidí a salir. Mira: por lo menos soy coherente y consecuente. (He pensado dejar por escrito que pongan justo eso en mi lápida: “por lo menos fue coherente y consecuente”. Eso, o “dejadme en paz”, que va bien con las siglas D.E.P. No lo tengo muy claro aún).

Estaba ya duchada, vestida y a punto de salir cuando pensé en ti y te escribí, por si te apetecía conocer mi bar favorito. Sorprendentemente, me dijiste que sí. Así que, para cuando llegaste, mis amigas ya sabían todo lo que había pasado el día anterior y no paraban de deleitarme con sutiles indirectas, nada sutiles por otro lado.

Parte II 

 

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El tiempo de Oreo

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Lo malo de los animales es que viven menos que nosotros. Lo peor es que ellos no son conscientes.

El amigo del revés

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Juan tenía un amigo desde la infancia. Se llamaba Otto. Todos los días, cuando estaban en edad de ir a Primaria, caminaban juntos hacia la escuela. A Juan, Otto le parecía un chico divertido, aunque un tanto extraño.

La visita

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Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

Ganarse el salario

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El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

2 Comentarios

  1. torpeyvago

    Bueno, qué fuerte de principio.
    Vamos a ver cómo sigue la «telenovela» 😛
    —Es mentira, no parece una telenovela ni mucho menos, pero me he sentido tentado… y no suelo evitar tentaciones 😉 .—

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