Una ciudad se quemó anoche

Una ciudad se quemó anoche. Arian pasea la mirada por encima del humo negro que todavía dibuja elegantes fantasías cuando sale por las ventanas rotas de algunas de las casas de sus vecinos. La suya no ha tenido mejor suerte. Sin embargo, hace ya tiempo que sabe que en algún momento tendría que dejar su hogar, porque, en los últimos tiempos, ya no había sido tal. La guerra lo ha consumido todo desde que su padre murió y el poder recayó en manos de la avaricia de algunas personas más mayores, más fuertes y, cómo no, hombres. Arian observa en silencio pensando cuál es el próximo movimiento que deben hacer, sin dejar que su mente se rinda a la tristeza por ver así el lugar en el que ha nacido, crecido y se ha convertido en la mujer que nadie quiere reconocer.

—Tenemos que irnos, Arian. Ya no queda nada aquí para nosotros. Ni para nadie.

Leo se encuentra de pie, a su lado, como siempre. Sin embargo, sus ojos no pueden ocultar la orilla de lágrimas que ha formado tanta destrucción.

De noche, mientras el fuego ardía, todo parecía un espectáculo de luces. Naranjas, rojos y negros habían sido una paleta hipnótica. Los crujidos de la madera rendida al calor, la única banda sonora de aquel capítulo de una historia escrita bajo el chantaje. Nadie ha gritado. Nadie se ha sorprendido ya. No existe ninguna capacidad para experimentar ese tipo de sentimientos entre los habitantes de lo que ha sido un precioso lugar y ya no es más que un montón de escombros calientes.

Arian mira la ciudad, a orillas de un mar dolorosamente azul y tranquilo, rodeada por una cadena de montañas que habían parecido hacerla inexpugnable. Sin embargo, la experiencia siempre enseña mucho más que cualquier clase de historia que pudiera haberle impartido su maestro.

—Es que no entiendo nada, Leo. Esto no debería haber pasado. Podía imaginarme muchas cosas, pero algo así no. Pensé que intentarían acabar conmigo, pero ¿aniquilar así la ciudad entera? No puedo creerlo, Leo, no puedo.

—Si los enemigos se limitaran a hacer lo que pensamos que son capaces de hacer no serían tan peligrosos. Vamos, tenemos que irnos —dice, mientras agarra su mano y la aprieta intentando infundirle un poco de consuelo—. Todo el mundo nos espera.

Arian levanta la mirada y se encuentra con la del chico, verde y tan cálida como solía ser aquel paisaje. Sin embargo, hay algo en ella que no había antes. ¿Es rencor?

—Sí, está bien, vayamos. Como dices, aquí no hay nada ya para nosotros.

Leo y Arian comienzan a regresar al lugar donde se han resguardado todos para pasar esa noche tan cruel. El chico gira un momento la cabeza y echa un último vistazo a lo que dejan atrás, esperando no convertirse en una estatua de sal. No obstante, quizá quedar encerrado para siempre en un cuerpo inmóvil es mucho más de lo que merece.

—Leo, estás cojeando. ¿Te encuentras bien?

Por más esfuerzos que hace para ocultar que tiene la pierna en carne viva, no consigue vencer al dolor. Por su mente pasan imágenes de hace unas horas, cuando llevaba en su mano una antorcha y caminaba en silencio esparciendo su fuego por los tejados de las casas. En algún momento se había quedado rodeado y había tenido que atravesar un muro de fuego para salvar su vida. No han sido “ellos”. Él han sido el único responsable de tanto miedo e impotencia en los ojos de sus vecinos y amigos. Pero en algún lugar leyó, hace mucho tiempo, que el fuego es un elemento de cambio, que tras su paso toda vida se ve obligada a comenzar de nuevo, con otras formas, en un entorno menos contaminado y viciado. Tenían que salir de aquella situación y Arian no sabía cómo hacerlo. Él sí. Pero ella no debe enterarse nunca. Podría enfrentarse al destierro, pero no podría soportar ver en sus ojos algo de decepción.

—Sí, estoy bien. Me duele un poco el tobillo, eso es todo. Debo haber tropezado en algún momento de la huida. No te preocupes —Sonrió.


Os dejo un relato basado de unos personajes de una novela que empecé cuando tenía 15 años. Era de fantasía épica y los personajes me encantaban, pero, no sé por qué, nunca llegué a escribir más de cincuenta páginas sobre ellos. Imagino que, en algún momento, la fantasía dejó de llenarme como lo había hecho siempre e intenté encontrar algo que me llenase más. Sin embargo, me ha hecho mucha ilusión volver a tenerlos por mi mente y escribirles unas líneas más.

¡Un beso!

El tiempo de Oreo

El tiempo de Oreo

Lo malo de los animales es que viven menos que nosotros. Lo peor es que ellos no son conscientes.

El amigo del revés

El amigo del revés

Juan tenía un amigo desde la infancia. Se llamaba Otto. Todos los días, cuando estaban en edad de ir a Primaria, caminaban juntos hacia la escuela. A Juan, Otto le parecía un chico divertido, aunque un tanto extraño.

La visita

La visita

Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

Ganarse el salario

Ganarse el salario

El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

4 Comentarios

  1. torpeyvago

    Pues es chulísimo. Me ha gustado ese giro, tan motivado. Y la metáfora de la «banda sonora».

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    • Buscando a Casiopea

      ¡Muchas gracias! Igual recupero a los personajes de vez en cuando. Podría enseñaros lo que hay escrito de la historia central, pero es tan poco…

      La verdad es que, como digo, los personajes me encantaban, pero yo crecí y ellos no, y terminaron por parecerme demasiado adolescentes, como la historia que había pensado para ellos.

      Nunca se sabe lo que puede pasar, pero me alegro que te haya gustado.

      ¡Un beso!

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