La adrenalina de esa situación que no te crees, que te sube por el esófago, desde el estómago, y te deja sin respiración mientras el corazón te va a mil. No puedes dormir, no puedes pensar, no puedes hablar, no puedes existir.
Cuando dejas a alguien y de pronto te das cuenta de que no hay vuelta atrás, que las decisiones tienen peso en la realidad y consecuencias como que ya nunca más va a estar su pecho debajo de tu cara mientras notas cómo su cuerpo se relaja y se sume, poco a poco, en un sueño plácido y reparador.
De la pérdida y cómo todo en ti se revuelve contra ella. Aunque sea una pérdida elegida.
a) Tienes derecho a equivocarte. Dos veces. Una cuando lo elegiste. Otra cuando lo devolviste al lugar del que salió. Pero eso no significa que te hayas equivocado en alguna de las dos. O en ninguna.
b) Fácil no es. Nunca lo es. Pero si lo has devuelto algún defecto tendrá. Él o la relación, claro. Tú también tendrás alguno, pero hay que quererse al menos un poco, así es que los obviamos.
c) Los exámenes, las heces y las malas relaciones —si no malas, al menos no adecuadas del todo— tienen algo en común: duelen cuando salen, pero luego te quedas a gusto. De verdad. ¿Hechas de menos lo que baja hacia el alcantarillado o las diecinueve respuestas del examen de Termodinámica? No, ¿verdad? Pues eso.
Levántate, bebe algo fresquito sin alcohol —o no mucho— y ponte a escribir, que eso te gusta y te calma.
Que bonito, niño 🙂