Escribir por escribir.
En el centro de las grandes ciudades nunca parece hacerse de noche. Sin embargo, lo es; bastante tarde, además, y viernes, así que las calles están repletas de jóvenes en las puertas de las discotecas, con sus copas en la mano, tacones altos en los pies o flequillos engominados. Seguro que alguno está pensando qué hacemos vestidos como si hiciéramos senderismo. Encabezamos la marcha mi amiga y yo, él se ha quedado un poco atrás.
De pronto, un plof. Ha sonado como si hubiera caído un saco lleno de ropa justo detrás de mí.
Me giro y ahí lo veo, despatarrado en el suelo, riéndose, como un animalillo que no puede girarse. Al más puro estilo kafkiano.
Levanto una ceja.
—¿Qué haces ahí?
Se parte de risa, o de dolor, no lo tengo muy claro. Definitivamente, de ambos a la vez.
—¿Estás bien?¿Te has hecho daño?— Río yo también mientras me agacho para ayudarle a levantarse. La gente nos mira divertida. Me he perdido algo.
—He intentado darte una patada en el culo, me he resbalado y me he caído. Ahora me duele el culo a mí.
En este momento, creo que mis carcajadas son lo único que se escucha en toda la calle.
—Anda, vamos —digo tirando de él—. ¿Seguro que estás bien?
—¡Ay! Sí, sí, estoy bien. Gracias.
—Bueno, entonces aprovecho para presentarte a mi karma instantáneo. Aunque creo que ya os conocéis.
*PD: La foto me parecía graciosa.
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