Karma instantáneo

Escribir por escribir.

En el centro de las grandes ciudades nunca parece hacerse de noche. Sin embargo, lo es; bastante tarde, además, y viernes, así que las calles están repletas de jóvenes en las puertas de las discotecas, con sus copas en la mano, tacones altos en los pies o flequillos engominados. Seguro que alguno está pensando qué hacemos vestidos como si hiciéramos senderismo. Encabezamos la marcha mi amiga y yo, él se ha quedado un poco atrás.

De pronto, un plof. Ha sonado como si hubiera caído un saco lleno de ropa justo detrás de mí.

Me giro y ahí lo veo, despatarrado en el suelo, riéndose, como un animalillo que no puede girarse. Al más puro estilo kafkiano.

Levanto una ceja.

—¿Qué haces ahí?

Se parte de risa, o de dolor, no lo tengo muy claro. Definitivamente, de ambos a la vez.

—¿Estás bien?¿Te has hecho daño?— Río yo también mientras me agacho para ayudarle a levantarse. La gente nos mira divertida. Me he perdido algo.

—He intentado darte una patada en el culo, me he resbalado y me he caído. Ahora me duele el culo a mí.

En este momento, creo que mis carcajadas son lo único que se escucha en toda la calle.

—Anda, vamos —digo tirando de él—. ¿Seguro que estás bien?

—¡Ay! Sí, sí, estoy bien. Gracias.

—Bueno, entonces aprovecho para presentarte a mi karma instantáneo. Aunque creo que ya os conocéis.

 

*PD: La foto me parecía graciosa.

 

Todos2

El tiempo de Oreo

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Lo malo de los animales es que viven menos que nosotros. Lo peor es que ellos no son conscientes.

El amigo del revés

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Juan tenía un amigo desde la infancia. Se llamaba Otto. Todos los días, cuando estaban en edad de ir a Primaria, caminaban juntos hacia la escuela. A Juan, Otto le parecía un chico divertido, aunque un tanto extraño.

La visita

La visita

Tenía la vista fijada en el suelo sin querer levantarla y encontrarse con sus ojos. Mirarlos era aceptar que no eran los mismos que vivían en sus recuerdos.

—Hueles a muerto. Más que de costumbre —fue lo único que acertó a decir él mientras abría la puerta para dejar que pasara dentro de casa.

Ganarse el salario

Ganarse el salario

El hombre, apoyado en la pared, miraba a través de un pequeño hueco que quedaba entre el cristal y la pesada contraventana de madera entornada. Cuando Lola la empujó para cerrarla, casi le pilla la nariz a su marido.

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