Recupero este relato que escribí con 15 años y que me trae tan buenos recuerdos.
Hola.
Yo sé quién eres, te veo todos los días, pero tú no sabes nada de mí. O quizá sabes más de lo que piensas.
Ayer estabas radiante. Pude sentirlo como si aquella emoción fuera mía. Peinaste tus morenos cabellos delante de mí mientras tarareabas una canción. Luego te maquillaste con esmero y ensayaste la mejor de tus sonrisas mientras repetías, como en una letanía, las palabras que le ibas a decir esperando una respuesta, al menos, semejante.
Vestías los mejor de tu armario que yo, hasta aquel momento, había visto. Y estabas fantástica.
Tus ojos brillaban como si hubiera mil estrellas en ellos.
Así te fuiste. Esperando que al volver ya hubieras conseguido ese beso que anhelabas desde hacía tantos años.
Pero nada salió como esperábamos.
Volviste; sí que volviste. Te pusiste delante de mí y me horroricé.
Llegaste despeinada y todo el maquillaje se había corrido en forma de lágrimas sobre tus mejillas.
‘Oh, no…’ pensé. Era terrible.
De nuevo pude sentir tus emociones dentro de mí, pero esta vez eran diferentes. Las mariposas que revoloteaban antes, se habían quedado sin alas y agonizaban en el fondo de tu corazón.
Era tan cruel que deseé que te marcharas pronto de allí. Quería parar esa empatía que me estaba matando. Y si lo que yo sentía solo era un atisbo de lo que en tu interior bullía, no podía comprender como estabas aún en pie.
Te sentaste y empezaste a hablar sola reprimiendo sollozos. Pensaste que nadie te escuchaba, pero allí estaba yo, prestando atención al final de una historia que había conocido desde su principio. Desde que solo eras una niña ilusionada.
No comprendí como él, tu príncipe azul te había podido hacer aquello con tanta indiferencia.
Tenía que haber una razón.
Mientras yo vibraba de dolor por tus sensaciones, que eran en parte mías también. Cuando te fuiste a tu habitación el dolor se calmó y sentí alivio. Porque no te das cuenta de lo que me haces, y por eso no te culpo, pero me atas. Me atas a ti de una manera que no puedo resistir. No es justo que me hagas pasar por esto.
Lo siento.
Tu reflejo.
Ana acarició con cuidado el borde de aquel espejo agrietado que le devolvía su imagen en pedazos.
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