Me giré al escuchar sus pasos. Eran pasos firmes, decididos y ágiles que se acercaban a mí inexorablemente. Me había encontrado pero, ¿cómo?. Había corrido más de lo que mis piernas habitualmente me hubieran permitido, eso, por no hablar de mis pulmones que me ardían como si me hubiese tragado una cerilla encendida. Estaba claro que él no tenía ninguna prisa por cogerme; sabía que lo conseguiría tarde o temprano. Agotarme era uno de sus planes y no sólo en la dimensión física del término.
Apoyé mi espalda en la esquina de un edificio abandonado para descansar un momento y, olvidando la súplica de mi cuerpo para que parase, seguí corriendo. Izquierda, derecha, otra vez izquierda. Mis pisadas chapoteaban en el agua que había dejado la lluvia de aquella tarde y hacían eco contra las paredes de las calles vacías.
De pronto me encontré acorralada. Había entrado en un callejón sin salida y podía escuchar perfectamente su jadeo acercándose. Miré las fachadas de los edificios en busca de una escalera de incendios y el suelo por si hubiera una alcantarilla por la que deslizarme, pero nada. La perfecta trampa para un ratón, y así exactamente era como yo me sentía, como un minúsculo y mísero ratón. No tenía ninguna escapatoria. Fue entonces cuando empezó a llover. Mi perseguidor dobló la esquina y me miró.
— ¿Para qué corres tanto? Lo único que has conseguido es que sea un poco más divertido atraparte — gritó desde el otro lado de la calle.
— ¿Qué es lo que quieres? — dije arrinconándome en la esquina mientras él caminaba hacia mí.
Realmente tenía muy claro cuál había sido mi error. Saber la verdad. La verdad era algo muy valioso pero, sobre todo, una gran responsabilidad. Me había metido donde no me llamaban, pero era mi hermano y necesitaba saber qué habían hecho con él; ahora me esperaba exactamente el mismo final que le habían dado.
Mientras se acercaba cada vez más y más a donde yo me encontraba, metió la mano dentro de su chaqueta y sacó un revólver. Lo cargó y el sonido que produjo me pareció el sonido más desagradable que había escuchado nunca. El sonido de la muerte.
— Venga, te prometo que será rápido — masculló entre dientes mientras se reía.
El disparo me hirió en el estómago, aunque tardé unos segundos en darme cuenta. Un sabor metálico me inundó la boca hasta que me fue imposible respirar. Caí en el suelo y mientras perdía el conocimiento vi cómo limpiaba el arma y me la dejaba en la mano. Si hubiera tenido fuerzas habría acabado con él en un último esfuerzo, pero mi cuerpo no me permitía cerrar los dedos en torno a la pistola.
Mi ejecutor se alejó, poco a poco, entre la lluvia que empezaba a apretar. Para entonces yo sólo podía pensar en una cosa: si la verdad era tan peligrosa, podía estar orgulloso de haberla disfrutado hasta convertirme yo en lo verdaderamente peligroso. Cerré los ojos y me dejé llevar por la muerte con una sonrisa. Definitivamente prefería el mortal conocimiento a la feliz ignorancia.
0 comentarios