—Bienvenido a McDonald’s, ¿en qué puedo ayudarle?
Si ese coche hubiera llegado dos minutos más tarde, no hubiera tenido que atenderle. Miré el reloj con desesperación y puse los ojos en blanco suspirando, preparándome para poner mi cara más amable para el cliente. No había sido un buen día. Después de la bronca que me había caído aquella mañana de parte de mi jefe, no había cosa que se me pasara más claramente por la cabeza que mandarlo todo a la mierda.
—Póngame unas patatas fritas pequeñas, por favor —escuché por el auricular.
«¿En serio? ¿Me está vacilando?», pensé. No podía creerlo.
Me aparté el micrófono de la boca, por si acaso se pudieran oír desde fuera mis refunfuños. No quería, por hoy, dar más pie a que me pusieran una hoja de reclamaciones. Sería lo último que necesitaba. Dejé de limpiar el mostrador y entré en la cocina para preparar el pedido.
Cuando salí a la ventana de atención a los coches, un poco más tarde de la cuenta (como una pequeña y personal forma de venganza), lo que vi me dejó sin palabras. Se me olvidó cualquier tipo de queja o malestar que hubiera tenido hasta ese momento.
Una chica de no más de treinta años esperaba al otro lado del cristal sentada en un brillante Bugatti verde descapotable, más propio de los años veinte que de un pleno 2017. Su cabeza estaba envuelta en una especie de gorro de tela, quizá para evitar despeinarse, y su cuello oculto por un espeso fular que la cubría casi por completo. Solo se alcanzaba a ver unas elegantes manos vestidas por unos guantes dorados.
—Aquí tiene —dije estirando el brazo para entregarle el pedido. Sin embargo, no pareció escucharme.
La joven mujer, absorta en otra dimensión, miraba a la nada con una expresión profundamente triste. De pronto me sorprendí con el impulso de abrazarla. Se la veía tan indefensa dentro de ese aspecto de mujer fuerte e independiente que no podía más que percibir un bello disfraz poco efectivo.
—Aquí tiene, señora —repetí.
Se giró hacia mí, como si fuera la primera vez que escuchaba una voz humana, y me sonrió con los labios. Y digo que solo con los labios, porque la mirada seguía vacía de toda alegría.
Continuación La chica del Bugatti 2ª parte
Imagen: Autorretrato en Bugatti verde (Tamara de Lempicka, 1925)
Me ha surgido una duda: ¿A este qué le ha atraído más? ¿La mujer o el coche? 😀
Muy bien, claro y estructurado, pero, si me permites, con todo el cariño te hago notar esta frase:
“No quería, por hoy, dar más pie a que me pusieran una hoja de reclamaciones”, quizá podrías darle una vuelta a su redacción, porque la construcción queda un pelín rebuscada 😉
¡Ey! Gracias por la recomendación, le echaré un ojo, a ver qué le hago a esa frase.
Sobre lo de si le ha gustado más el coche o la chica, te digo… Estás dando por hecho que el narrador/protagonista es un chico heterosexual jajajajaja
Puede ser que no sea una de esas dos cosas o ninguna, ¿no?
Vaya… me has pillado…
Mira que suelo mirar, antes de hacer comentario sobre el género de los personajes, si hay algún indicativo que me permita hablar de femenino o masculino. Y en este texto no lo hay, así que me hay traicionado el bagaje cultural 🙂 🙂 🙂
Más bien creo que te ha traicionado tu propio sexo jajajaja
Lo otro queda más fino, más intelectual, más… snob 😀 😀 😀
Unas patatas pequeñas. Que interesante, ganas de más!
Jajajaajjaja no sé si lo dices de coña o en serio 😂