(El escultor Juan Martínez Montañés falleció hace cuatro siglos, por lo que esto es una entrevista FICTICIA sacada de los datos reales que hay sobre su vida y su obra)
En plena Sevilla de la primera mitad del siglo XVII, nos encontramos con el taller del escultor Juan Martínez Montañés. Jiennense de nacimiento y formado en Granada con el imaginero Pablo de Rojas. Vino a la capital hispalense en 1572 para quedarse, donde ha establecido su taller después de examinarse con un tribunal formado por los maestros Gaspar de Águila y Miguel de Adán, confirmando así que era “hábil y suficiente para ejercer dichos oficios y abrir tienda pública”. El año pasado, 1635, fue retratado por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, yerno de Francisco Pacheco y pintor de cámara del rey Felipe IV.
Cuando entramos en su taller, nos da la bienvenida un olor a serrín e incienso y el sonido de decenas de gubias tallando la madera. Personajes como el tristemente difunto Juan de Mesa, que ya hace 15 años que tallara a Jesús del Gran Poder, Juan Gómez o Álvares de Albarrán, se han criado, como quien dice, entre estas cuatro paredes.
Martínez Montañés nos recibe y, antes de sentarnos a comenzar la entrevista, nos enseña en qué trabaja. Cuenta que, desde que solicitaron sus servicios para realizar un busto del rey “los encargos han subido muchísimo en número y los comitentes no se conforman con que salga la obra de mi taller, así que no paro de trabajar”. Le preguntamos sobre la experiencia al ser pintado por Velázquez y nos cuenta que “lo más duro fue posar para él, aunque Diego es un genio y es un honor para mí que él haya querido retratarme. Él y yo nos conocimos cuando él estuvo de aprendiz en el taller de su suegro”.
Si le preguntamos por el Cristo del Gran Poder, tallado por su discípulo Juan de Mesa, responde “sin duda es una obra maestra. Es una lástima que Juan haya muerto tan joven, podría haber sido muy grande, apuntaba maneras. Estoy seguro de que la historia le dará un sitio entre los grandes. En un futuro, El Gran Poder me lo atribuirán a mí porque los historiadores del arte, a veces, no saben bien dónde está el Norte, pero será un error que subsanarán con el tiempo una vez que hayan encontrado un contrato o algún documento de esta época que les ponga las cosas un poquito más fáciles”. Los ojos se le empañan al recordar al fallecido; esos ojos de mirada profunda y seria, como los que Velázquez supo, muy acertadamente, representar en su pintura.
“Comencé siendo bastante clásico, como en mi obra San Cristóbal, para la sacristía de los Cálices de la catedral de Sevilla, y, con el tiempo, he intentado ir plasmando un naturalismo no tan dramático como el de los vallisoletanos. Me gusta que mis obras respiren serenidad y belleza, no quiero pasiones desmedidas, prefiero un equilibrio más armónico”. Sin duda, estos son los principios bajo los que esculpió el Cristo de la Clemencia, encargado por el arcediano de Carmona y canónico de la catedral de Sevilla, Vázquez de Leca. Se trata de un cristo muy estilizado, con un sudario realista muy amplio, sobre la iconografía del momento previo a la expiración. Este año 1636, se cumple el treinta aniversario de la obra que le ha valido el sobrenombre de “Lisipo andaluz”, por haber mantenido el canon derivado de la obra de Lisipo (ocho cabezas) en dicha talla. “Yo me considero una persona muy espiritual. Mi único fin es transmitir al espectador la conjunción de lo divino y lo humano; mover el ánimo del creyente y acercarlo un poco más a Dios a través de lo que está viendo. Por eso quiero ser fiel a la representación anatómica humana, pero intentando conectar con una espiritualidad tranquila y elevada”.
“En los próximos siglos, me considerarán el padre de la escuela sevillana, precisamente por esa diferenciación con los escultores castellanos. No creo que sea para tanto”, dice con una carcajada contenida.
El Cristo de la Clemencia cuelga suspendido por cuatro clavos. “Los estudios de Pacheco sobre las Revelaciones de Santa Brígida me influyeron bastante a la hora de realizar esta obra. Por otro lado, el cruce de las piernas, responde más bien a la influencia de una talla de corte miguelangelesco que hay aquí, en Sevilla. Me pareció interesante la combinación”.
Tras la realización del retablo mayor del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, se ha comentado que el barroco ha llegado a su punto más álgido en cuanto a naturalismo. El San Jerónimo penitente situado en la hornacina central del citado retablo fue policromado por Francisco Pacheco, quien ha dicho que “es una cosa que en este tiempo, en la escultura y pintura, ninguna le iguala”. Martínez Montañés asegura que “Paco y yo somos buenos amigos, es un tanto exagerado decir eso de la obra, aunque en un futuro habrá quien lo compare con el Laocoonte, lo cual me resulta mucho más desorbitado. El caso fue que, al estar pensada para ser procesionada en un pueblo, habitado en su mayoría por campesinos, tuve que incidir muchísimo en la vertiente naturalista por una cuestión meramente didáctica, de ahí su fuerza expresiva. Paco, que es un excelente pintor con el que he trabajado en muchas obras, hizo también muy buen trabajo en la policromía al óleo. No nos olvidemos que la pintura tiene un peso muy importante en las obras de madera policromada, no es todo mérito del escultor, debemos reivindicar el papel del policromador”.
Alrededor de 1615, siguiendo la estela de este San Jerónimo penitente, Juan Martínez Montañés gubió el Jesús de la Pasión, pensado para ser vestido y con los brazos articulados. “Es una figura de una intensidad emocional muy obvia, tanto por su postura, inclinado bajo el peso del madero, como por la expresión de unos hondos cansancio y tristeza”.
En el terreno mariano, ha explorado la temática de la Inmaculada Concepción con obras como la popularmente denominada Cieguecita, por esa caída de los párpados tan característica. “El tema de la Inmaculada Concepción es algo que los andaluces esperamos que pronto se acepte como dogma de fe. De hecho, el rey Felipe IV y, antes, Felipe III han solicitado a Roma su definición. Mientras tanto, hasta que en 1854 lo reconozcan, sólo nos queda a los artistas españoles difundir su imagen y definir el tipo iconográfico. De hecho, Francisco Pacheco escribirá en 1649 Arte de la Pintura. Esta obra será capital para la representación ya que, como él estipulará será caracterizada como una niña hermosa, de doce o trece años, con el pelo rubio, la túnica blanca y el manto azul, rodeada por el sol, coronada por doce estrellas y pisando la luna y un dragón. Hasta que mi amigo no publique esa futura obra, no nos queda más que intentar combinar las iconografías de la Tota Pulchra y la Virgen Apocalíptica”.
Abandonamos el taller de Martínez Montañés con la sensación de habernos trasladado a otra época. Todavía le quedan a este autor muchas obras por realizar y, aunque su modestia ha sido palpable durante toda la entrevista, estamos seguros de que la Historia del Arte le tratará con respeto y, probablemente, estemos ante el creador de una escuela que, quién sabe, quizá sea llamada “escuela montañesina”. No en vano, hemos estado hablando con “el Dios de la madera”.
Jurjurjur, ¡qué bueno! 😀 😀 😀
Por cierto que he respirado serrín y olido los pigmentos del taller. Tus descripciones tienen mucha fuerza, creo que ya te lo he dicho alguna vez…
gracias Lord! pues la verdad es que no tiene excesiva descripción, podría haber metido más ahora que lo pienso, pero bueno, era un ejercicio para historia del arte del máster y, como historiadora del arte, lo he disfrutado muchísimo. Como le he dicho a torpeyvago, estoy pensando en abrir una sección de “entrevistas difuntas” o algo así… ¿Qué te parece? Sería una al mes como mucho… que lleva un trabajo…
La parte inicial, la del taller, me ha parecido más que suficiente descripción para llevarme allí 😉
PS: No soy amigo de descripciones largas, prolijas y cansinas, sino certeras, apropiadas y que, aun con parquedad, te metan en el lugar donde se desarrolla la trama.
A mí me pasa igual 🙂
¡Genial! ¡Qué manera de enseñar (tú) / aprender (yo) Historia del Arte!
Y muy bien escrito, ¡releñes!
jajajaja gracias, tenía que salirme el defecto profesional por algún lado… Estoy pensando en abrir una sección de “entrevistas difuntas” o algo así y hacerlas 1 vez al mes con artistas… Puede ser didáctico. ¿Qué te parece?
Pues ya te lo he dicho… GENIAL 🙂
Me ha parecido tremendamente didáctico y creo que se te da muy bien darle credibilidad, verosimilitud a esa «historia ficticia» o «ficción histórica», que, aunque tiene su parte inventada, no deja de aportar rigor científico y diversión. Creo que tendrá éxito, al menos entre los analfabrutos necesitados de cultura bien explicada, como yo.
Sólo queda una pregunta: ¿Quién será el próximo resucitado?
no tiene cosas inventadas, lo inventado es más bien el tono, pero puedes fiarte de los datos que se dan. No he puesto la bibliografía que he utilizado para no romper el encantamiento, pero está todo contrastado con publicaciones serias. El próximo resucitado lo dejaré a vuestra elección entre algunas opciones que yo elija y haré una encuesta o algo así, que si no me voy a acabar quedando en la escultura barroca que es mi especialidad y en lo que más segura me siento.
¡Uy! Creo que hay algo que no he explicado bien. Lo inventado es la parte de ficción, esto es, el desarrollo de la entrevista, que tanto me ha gustado. Del rigor y exactitud de los datos ni he dudado ni se me ocurriría. Perdona si ha parecido que no es así.
Deseando quedo ver las propuestas.
¡No! no me ha ofendido, es solo decirte que puedes fiarte 🙂 pues a ver qué se me ocurre